6 de diciembre de 2009

El Ermitaño

El Ermitaño
Un día yendo de excursión por unos montes lejanos, pasamos por un riachuelo, y lo primero que vimos fueron dos cosas flotando. Nos quedamos en silencio, escondidos tras un majano, pues lo que estábamos viendo era de lo mas extraño. Se veían dos cabezas, barba larga y pelo cano. Cuando ellos se dieron cuenta que los estábamos mirando, salieron rápidos del agua, cogieron todas sus ropas y hacia el monte caminaron.

Nosotros los seguimos hasta que los divisamos. Corrían como gacelas, y en medio de dos montes divisamos una pequeña casona, que la ocupaban aquellos dos ermitaños. Nos mirabamos y decíamos: “¿Subimos a saludarlos. Poco perdemos”, dijeron mis compañeros, y uno de ellos contestó: “¿y si nos dan cuatro palos?. Pues nunca lo sabremos si no lo intentamos”.

Subimos todos con miedo. Cuando llegamos a la casa, allí estaban esperándonos, con palos de metro y medio. Entonces, cuando los vimos, no quisimos acercarnos. Al ver que parados nos quedamos, nos invitaron a pasar a esa pequeña casa. No tenían muebles, ni cocina ni sillas para sentarse. Tampoco tenían camas, sólo una fuente de barro que los dos la compartían.

“Hace muchos años que vivimos solos y felices aquí estamos”.

Allí estuvimos con ellos hablando de todo un rato. Ellos, poco podían decir, pues eran dos ermitaños. El tiempo iba pasando, nos teníamos que marchar y de ellos nos despedimos. Cuando íbamos por medio monte, ¡válgame Dios lo que oimos! Unas cuantas disputas por la dichosa fuente de barro que los hermanos compartían.

El mayor dijo a el pequeño que se quería marchar. “Pues me parece muy bien, si tú mundo quieres ver. Pero antes de marcharte, particiones hay que hacer”.

“Sólo tenemos la fuente de barro pues tú te la has de quedar. Yo me voy para el pueblo y allí otra podré comprar”. El otro contestó que no, que él quería ser legal. “La partiremos por medio y cada uno su parte se llevará”.

Todos nosotros volvimos para ver si poníamos un poco de paz, pues ellos ¡erre que erre¡. No pudimos convencerlos y entonces cogieron la fuente y por medio la partieron. Cada uno cogió un trozo. Entonces se dieron cuenta de todo el capital perdido por tercos y cabezones y desde entonces, todo lo que comían en hojas ellos lo echaban, pues como eran vegetarianos ellos guisado no comían y la fuente no la usaban.

Todos quedamos amigos y ellos nos dieron las gracias por habernos conocido.

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