8 de diciembre de 2009

Vasijas de la vida

Vasijas de la vida
Hoy acaricio lo que he sembrado, recojo y soy.

Erase una vez dos amigas que juntas ellas vivían. Nacieron el mismo mes y también el mismo día. En el mismo pueblo vivían. Conforme ellas crecían, jugaban con muchas cosas, y fueron juntas a el colegio. Compartían la misma clase y la misma profesora. Una era alta y delgada; la otra bajita y gorda. Sus tareas ellas hacían.

La alta era feliz con los trabajos que hacían: “Todo lo hago perfecto, pues para esto he nacido. Soy una chica estupenda y tengo buenos amigos. Como soy tan estupenda, todos se fijan en mí por donde quiera que valla.” Todos se quedan mirando el cuerpo tan estupendo que en la niña se esta formando.

La otra amiga, como era bajita y regordeta, la pobre ella decía: “Qué diferencia tan grande hay entre las dos amigas”. En silencio hacía sus tareas. Su comportamiento intachable, sus cuadernos eran limpios, y ella brillaba en la clase.

La profe se daba cuenta que en esa niña la alegría no brillaba. Un día al salir al recreo, la profe a la niña la llamaba: “María, ven un momento que contigo quiero hablar”. Y obediente como siempre, ella en clase se quedó.

“María”, la profe le dijo: “dime lo que a ti te pasa. Dime qué es lo que te duele que en clase tan triste estás”. “A mí no me pasa nada, no se preocupe por mí. Sólo pienso que mi amiga todo lo tiene perfecto y todo lo que hace es bonito. Sin embargo, yo soy bajita y mucho me cuesta hacer el trabajo y a mí nadie me mira”. Entonces, la profesora le dijo: “Pon atención a lo que te voy a decir. Tú eres una buena chica, pues no importa la estatura. Tienes un buen corazón, eres estupenda con tus compañeros, haces unos trabajos divinos, tienes una letra preciosa… no te falta un punto ni una hache, ni una coma. El cuaderno tienes brillante, sacas matricula de honor, no tienes de qué preocuparte. Todo esto es recompensa de lo que en el curso has sembrado y ahora recoges con creces los frutos de todo el año”.

De todo lo que pasaba, la niña cuenta se dió, y con la sonrisa en la cara, a su profesora gracias le dió. Cuando llegó a su casa con un gran ramo de flores que a los padres le entregó, en el ramo había un sobre que sus padres luego abrieron. De él sacaron una nota y despacio ellos miraban. Como no sabían leer, a su hija se la daban. Con lágrimas en los ojos, la hija se la leía:

“Padres, sé que esto es muy poco, pero más no puedo daros. Sabiendo que sin poder habéis hecho lo imposible para que vuestra hija tuviese lo que vosotros nunca pudísteis. Gracias papas. Os quiero.”

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