13 de febrero de 2010

El niño con el pijama de rayas

El niño con el pijama de rayas
¿Cómo se ideó la aventura final?

Era la historia de dos niños totalmente distintos que no se conocían de nada pero pasado algún tiempo se conocieron y se hicieron amigos. Todos los días se juntaban y se contaban cosas separados por una alambrada. No podían jugar porque la alambrada se lo impedía. Uno iba bien vestido el otro vestía un pijama de rayas.

Bruno era el bien vestido. Siempre le llevaba algo de comer a su amigo. Un día, cuando fue al sitio donde se juntaban, se dio cuenta que el niño allí no estaba. Se esperó un rato por ver si llegaba. Estaba a punto de irse cuando lejos, a su amigo vio. Cuando el niño llegó a él, vio que la tristeza brillaba en su cara. Entonces Bruno dijo a su amigo:
- “Pensaba que ya no vendrías”.
- “Lo siento”, dijo Samuel. “Es que ha pasado una cosa. Mi padre no lo encontramos. Salió el otro día a hacer su trabajo con otros cuantos hombres y ninguno ha regresado todavía”
Entonces Bruno dijo:
- “Qué raro. A lo mejor esta un poco lejos y tienen que dormir allí. Desde luego este sitio no es ninguna maravilla. Verás como no tarda en aparecer”
Samuel contestó al amigo:
- “Ojalá venga pronto. Si no, no sé qué vamos a hacer sin él.
Entonces dijo Bruno si quería que su padre le ayudase.
Samuel le contestó que no era una buena idea. Que los soldados los odiaban.

Un día vio el niño al padre de Bruno y se preguntaba como ese hombre podía tener un hijo tan simpático y cariñoso.
Bruno le dijo que él también tenía que decirle algo. Entonces el niño se puso alegre:
- “Cuéntame qué sorpresa me tienes”.
El amigo contestó:
- “Nos vamos para Berlín, pues a mi madre no le gusta este sitio para criar a dos niños”
- “¿Entonces os vais para siempre?”
Bruno le dijo que sí.
El amigo entristeció:
- “Ya no nos veremos jamás”.
Bruno dijo:
- “Cuando vayas de vacaciones a Berlín, podrás estar conmigo en mi casa todo el tiempo que quieras. Voy a ayudarte a buscar a tu padre”.
El amigo dijo entonces que necesitaría un pijama de rayas y tendría que cruzar la alambrada.
Bruno dijo que cruzaría, que eso a él no le importaba.
- “Pues quedamos mañana en este mismo sitio y un pijama te traeré. Los tienen en una habitación. Cogeré uno de mi talla para que te lo pongas, pues aquí todos vamos igual vestidos”.

Al día siguiente, cuando se levantó fue derecho a la ventana. Al asomarse vio como diluviaba. Entonces pensó que no podía ir a investigar, que es lo que él quería, pero pasada ya la mañana, la lluvia dio un respiro. Entonces el sol salió y el niño contento se alegró al poder ver a su amigo. Se puso unas botas altas, se vistió y cuando vio que no había soldados en la calle, aprovechó y fue en busca de su amigo. Las calles estaban llenas de barro y las botas se atascaban, aunque con mucho trabajo por fin llegó, Su amigo ya lo esperaba. Entonces el amigo le dio el pijama.
- “Toma, póntelo”, le dijo. “Pero tienes que quitarte las botas para que no te conozcan”.
Bruno dudo un instante pero al final se las quitó y allí, junto a la ropa, el niño las botas dejó. Cruzó luego la alambrada y contento el iba para ver las cabañas y a muchos niños que jugando estaban. También pensaba ver tiendas y a los hombres hechos corrillos para charlar unos con otros y contarse algunos cuentos. Como cuando estaba en Berlín todo eso se veía por las calles, tal fue su desilusión cuando vio que allí no existía. Entonces le dijo a su amigo que aquello no le gustaba.
- “A mi tampoco”, el amigo contestaba.
De pronto sintieron tiros y a los hombres que gritaban. Empezó a llover muy fuerte. Vieron cómo los soldados a los hombres empujaban. Ellos, como eran pequeños, entre medias se pusieron. Los metieron en una nave muy grande y les cerraron la puerta. Bruno pensaba que los metieron allí para que no se mojaran. Todo estaba muy oscuro pues no se veía nada. Bruno dijo a Samuel:
- “Eres el mejor amigo que tengo, cojámonos las manos y nunca las soltaremos”.
Y así fue como lo hicieron.

Después de todo aquello, nada se volvió a saber de Bruno. Los soldados buscaron por todos sitios pero nada encontraron. Sólo, junto a la alambrada, la ropa y las botas que Bruno había dejado. El soldado no tocó nada y al comandante fue a buscar. El padre no se explicaba lo que allí había pasado. El hijo desapareció como si la tierra se lo hubiese tragado. Allí sólo estaba la ropa y las botas que Bruno dejó.

La madre no regresó a Berlín tan pronto como ella pensaba. Se quedó allí otros meses por ver si había noticias de Bruno, pero de pronto algo vino a su pensamiento. ¿Y si Bruno se hubiese ido a Berlín? La madre hasta allí marchó. Cuando llegó a su casa, allí tampoco estaba el niño. La hermana también se fue a Berlín y allí mucho lloraba no por las muñecas que dejó, sino por su hermano que de él mucho se acordaba.

El padre se quedó en Auchviz un año más y se ganó la antipatía de los otros soldados a quienes trataba sin piedad. Volvió otra vez a la alambrada y entonces se dio cuenta que había un trozo levantado por donde podía pasar un niño. El padre notó que las piernas le fallaban y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas, igual que lo hacía su hijo.

A los cuantos meses llegaron otros soldados y le ordenaron que los acompañaran y el se fue sin protestar, pues ya nada le importaba de lo que pudiesen hacerle.

Así terminó la historia de Bruno y su familia. Todo esto pasó hace mucho tiempo y nunca debería volver a pasar nada parecido. Hoy no.

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